La dejé salir un ratito. Que explore, que de una vuelta por el bosque y huela las madreselvas y le coma las flores (¿nunca comieron madreselvas?). Que encuentre moras y se llene la boca de ese sabor dulce y un poco ácido.
Mi yo salvaje (una extraña mezcla de Nina y Agnes) hizo pipoca a las brasas, trepó y se metió en los huecos de los árboles. Tenía más hambre, así que hizo papas y batatas, y comió naranjas y en el hueco de la cáscara metió un huevo.
No fue sola, y les explicó a sus compañeras cómo hacer refugios con pocos elementos, como para pasar la noche y seguir en marcha...
2 comentarios:
Que lindo ser parte de ese viento, de lo carnoso de las hojas de libustro y del sonido que deja una rama al ser desechada por un mono aullador.
Todos tenemos nuestro aliento de supervivencia, y ellos no iban a ser menos.
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