Acostadas en la semipenumbra, las focas emitían leves sonidos: quejidos, gemidos, algo de placer, algo de dolor. La música y los sonidos de la naturaleza las acompañaban; sus parejas, solícitas, también.
Una sirena de voz calma las guiaba en los movimientos que debían hacer. Cómodas en el piso, las focas obedecían, atentas. Suavemente movían sus cuerpos antes torpes y pesados, como si tomaran la gracia prestada del mar. Algunas, más gordas, observaban compartiendo el momento desde el borde del grupo, participando de otra manera de la tranquilidad reinante.
Luego, se encendieron las luces y la música se apagó.
Los ejercicios de elongación, relajación y con pelota dieron paso a la segunda parte: comenzaba ahora la charla de preparto. Una charla que, semana a semana, evacuaría dudas, mitigaría miedos, y sobre todo nos haría sentir que somos parte del grupo, que lo que nos sucede es normal y maravilloso. Aunque nos genere mucha ansiedad, y nuestra psique esté desbordada por las hormonas. La etapa de esperar a un bebé y sentirlo moverse y crecer de a poco es una experiencia que cambia nuestras vidas, que la enriquece y le da sentido. Tenemos sentimientos contradictorios, pero sabemos que es el comienzo de algo trascendente. Si bien una personita dependerá de nosotros, no debemos olvidarnos de ser, también, quienes éramos antes de esto. ¡Todo un desfío!
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